En México, hacer medicina de buena calidad no es tarea fácil.
Son escasos los extraños a quienes brindamos nuestra entera confianza desde el primer momento. En alguna época esa confianza se depositaba en el sacerdote, quizá los maestros, y por supuesto, en los médicos. De ellos, los médicos aun cuentan con un alto grado de confianza entre la población en México.
Según la agencia Parametría (www.parametria.com.mx/DetalleEstudio.php?E=9), en el sector salud en el país, los médicos poseen la confianza del 68% de la población; le siguen el Sistema Nacional y Estatal de Salud, en el que confían 63 de cada 100 mexicanos. Pero esto podría cambiar ante la aparición de nuevos modelos de atención médica.
Cómo lo anticipó con preocupante fidelidad el brillante urólogo Federico Ortiz Quezada en dos de sus libros publicados alrededor de 1990, La Medicina está enferma y Cartas a un joven médico (1991, 1998, Editorial Némesis), los médicos en la actualidad no están muy lejos de ser solo “recetadores de fármacos”. En una visionaria descripción, el Dr. Ortiz Quezada, relataba en sus escritos, de la preocupante inmersión de la profesión médica en la maquinaria moderna de la producción, lo que hacía del arte de curar una actividad mercantil más. Con estos antecedentes, hemos alcanzado el siglo XXI con una medicina moderna, versátil, futurista y mercantil.
La piedad médica, proverbial entre los médicos del pasado y retratada en el Juramento Hipocrático, ha dejado de ser esencia rectora del arte de curar. Y no es reprobable dicha evolución.
Con los avances en materia de tecnología para la salud y la creación de modelos hospitalarios privados dirigidos a enfermos adinerados, en contraste con una cada vez más necesitada y raquítica medicina pública, sobre todo en los países en vías de desarrollo o “tercermundistas”, la medicina, los médicos y todos los demás profesionales involucrados, se vieron obligados a insertarse en modelos de negocios donde la recompensa económica fuera mejor, aun a costa de satisfacer intereses comerciales de hospitales, laboratorios clínicos y farmacológicos. Cabe destacar que los intereses en la industria de la salud en México son bastante jugosos; tan solo en 2011, el gasto en salud en México representó 5.6% del PIB, alrededor de 808,575 millones de pesos.
Con el deterioro y carencias del sistema público de atención médica, resultado de la cancerígena infiltración de la corrupción, el burocratismo y el sindicalismo, los mexicanos de medianos y altos ingresos prefieren pagar una atención privada algo más responsable, pero no por ello, mas considerada en términos de costos. Y es esta estructura mercantil la que está lesionando la praxis médica.
Praxis es una forma elegante de referirse al trabajo práctico, a las acciones que se efectúan para resolver un problema. Fina palabra de ascendencia griega, la praxis en medicina se refiere a los actos y maniobras que un profesional del ramo realiza para alcanzar su objetivo de aliviar o tratar la enfermedad; la mala praxis no es más que la forma incorrecta de hacer dicha tarea, sea por falta de conocimiento, destreza e, incluso, por falta de voluntad, deseo o recursos materiales. La mala praxis no emana del médico únicamente, es el resultado del medio ambiente en donde los profesionales de la medicina realizan su trabajo.
Cabe entender que en México, hacer medicina de buena calidad no es tarea fácil. Existen en el país 118 millones de habitantes que, como es natural, enferman. Según datos de Iniciativa Ciudadana y Desarrollo Social (Incide Social AC), en el país existen 3 médicos por cada 2 mil habitantes. De estos médicos, la mayoría labora en áreas urbanas, donde llega a existir una oferta excesiva, dejando las zonas rurales con pocos y mal equipados profesionales sanitarios; existe, entonces, una muy mala distribución geográfica en la República. Es importante subrayar que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), debieran existir en un país como México, 3 médicos por cada mil habitantes de forma mínima.
Al mismo tiempo, existe una carencia importantísima de médicos especialistas. Tan solo en el DF, existen 400 vacantes para médicos de especialidad más 2 mil adicionales en el sistema del IMSS. Según reporta esta última institución, para 2016 se demandará de 15 mil galenos con formación especializada. Y ante esta demanda existe una paupérrima generación de estos profesionales, quienes, adicionalmente, reciben una remuneración institucional que los obliga a extender sus servicios al mejor postor, en el sector privado.
En términos generales, un médico general en el IMSS, para 2014, obtenía un sueldo promedio de $ 18,776 pesos, los cuales, tras ciertas retenciones, se convierten en alrededor de $ 15,110.00, sueldo que no compensa el tiempo y los recursos que esta clase de profesionales invirtieron en su formación. Si se agrega la carga de trabajo y las condiciones carenciales en que el médico realiza su trabajo, es fácil entender que muchos de ellos decidan ofertar su trabajo, también, en el sector privado, donde una sola consulta puede llegar a costar hasta $ 3,000.00.
Salta a la vista que el sector público de la medicina en México solo puede ofrecer soluciones paliativas a los problemas médicos de una población cada vez más enferma. Son abundantes las quejas sobre la mala calidad de los servicios en las instituciones médicas del país. En las zonas rurales, la mortalidad es numerosa por la falta de recursos humanos, técnicos y por falta de medicamentos. En algunos lugares, esta carencia ha alcanzado niveles sanitarios muy peligrosos, al dejar sin tratamiento a enfermos graves de diabetes, cáncer y corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario